Madrugamos para aprovechar nuestras últimas horas en Katmandú, hacemos nuestras maletas con una mezcla de pena por el viaje que se acaba e ilusión por el que empieza.

Cogemos un taxi a la plaza Durbar de Katmandú y al casco antiguo de la ciudad, parece mentira que hayamos visitado un montón de plazas en todo Nepal y aún no hayamos conocido la de Katmandú.

Está bastante dañada del terremoto y no es la más bonita de Nepal, pero el ambiente y el gentío que a primera hora ya había, la hacen especial y quizá sea la que más vivamente retengo en la memoria, olores, ruidos, gente, caos… bendito Katmandú nunca te olvidaré, porque cuanto me enseñaste.

Después de impregnarnos por última vez de la esencia de Nepal, volvemos a Thamel para seguir deleitándonos con su comida y tomar un almuerzo nepalí, en el que por su puesto no podían faltar, esas patatas deliciosas, típicas de sus desayunos.

Aprovechamos para hacer las últimas compras por Thamel, que más adelante os enseñaré en otro post, ya que muchas son muy interesantes, de comercio justo y responsables con el entorno y las personas del país.

Nuestro avión sale a medio día, así que  vamos ya hacia al aeropuerto, nos espera un día entero de viaje hasta Maldivas, previa escala en Delhi y Sri Lanka.

La verdad es que así, da gusto despedirse de un país, cuando nada más pisar el aeropuerto, tienes la mente enfocada en una nueva aventura, que no te deja ni un atisbo de melancolía para mirar atrás.

El viaje de Nepal a Maldivas también tiene su historia, porque por el medio conocimos otro país y Nepal aún tenía algo más que ofrecernos, incluso después de haberlo abandonado, nos tenía guardada otra sorpresa.