2 de Noviembre de 2018

Lo mejor de la habitación son las vistas, estar en la cama y ver enfrente esa playa, aunque la habitación sea cutre ¡Es brutal!

Desayunamos y cogemos la moto para ir a Arutanga, la capital de Aitutaki, una agrupación de casas y comercios que en total no debe de superar la veintena.

Compramos bebida y comida en el supermercado y nos pasamos el día entre la playa y la piscina, moviéndonos en kayak por la laguna y explorando los diferentes islotes.

Al atardecer, volvemos a coger la moto para ir al mirador desde el que se pueden apreciar esos azules de postal.

Nos perdemos por las carreteras de Aitutaki y nos encontramos con joyas de la naturaleza como ésta.

Mientras nos hacíamos la foto debajo del Baniano, una señora muy mayor llega con su moto cargada con verduras y se para para decirnos que si conocemos el árbol, nos indica que es un Baniano y nos cuenta que es un árbol sagrado, que tiene usos medicinales y que puede que no estemos solos debajo del árbol, que quizá haya algún espíritu allí.

La señora arranca la moto y marcha con una sonrisa de oreja a oreja y nosotros con la piel de gallina, empezando a inquietarnos por la excesiva tranquilidad que se respiraba debajo de ese árbol.

Continuamos nuestro periplo por las carreteras de Aitutaki, hasta que desde la carretera divisamos luces y escuchamos música, como está empezando a llover decidimos parar a ver de que se trata.

Nos acercamos tímidamente y vemos que no hay turistas, enseguida salen a recibirnos y nos invitan a sentarnos con ellos a cenar.

Les decimos que muchas gracias, solo estamos curioseando, algunos están bailando, me sacan a bailar e intento seguirles el ritmo como puedo.

Nos dicen que son trabajadores de la carretera y hoy están celebrando que han finalizado las obras y vuelven a Rarotonga.

Nos despedimos amablemente de ellos y cenamos en Akady Take Away, una hamburguesa, patatas y bebida por 10 dólares, lo más barato que puedes encontrar en Aitutaki y además muy rico, totalmente recomendable.

De vuelta al hotel, nos quedamos leyendo en el porche, porque la habitación preferimos tocarla lo justo y mañana será otro día.