19 de Septiembre de 2019

La alarma que hemos puesto a las 7.00 no nos sirve para nada, porque el Jet lag sigue haciendo de las suyas y a las 5.00 ya tenemos los ojos como platos, comenzamos a levantar el campamento tranquilamente y a las 6.30 ya estamos en la estación de Kioto.

Llegar al monte Koya no es nada fácil y el trayecto no está incluído en el JR Pass, para ello hemos cogido el JR desde Kioto hasta Osaka, una vez en OsaKa el Loop line hasta la estación de Shin-Imamiya, donde hemos comprado un billete combinado por más o menos 50 euros al cambio, que incluye tren hasta Hashimoto, tren desde Hashimoto hasta Gokurakubashi, teleférico desde aquí hasta Koyasan, bus ilimitado durante 2 días para movernos por Koyasan y viaje de vuelta, así que no está nada mal.

Desayunamos unas bolas de arroz que compramos en el supermercado en Kioto y 6 trenes, 1 teleférico y 1 bus después llegamos al monte koya. Alrededor de las 11:00 de la mañana un autobús urbano, nos suelta en una remota aldea enclavada entre 8 picos, hace sol y google maps nos indica que a nosotros y a nuestras maletas aún les queda un kilómetro para llegar a nuestro destino en Koyasan.

El monte Koya es el lugar más importante del budismo Shingon en Japón, alberga 120 templos budistas, en algunos de ellos se puede dormir y cuando lo descubrimos, lo añadimos como parada obligatoria a nuestra aventura japonesa sin pensar.

Hospedarse en un templo en Koyasan no es económico, nos alojamos en uno de los más asequibles, Sekishoin, que podéis ver pinchando aquí. La noche nos ha salido por unos 180 euros, incluyendo cena y desayuno veganos.

Mientras el Señor Late Fuerte deja las maletas, yo ya empiezo a practicar la contemplación en el jardín zen de nuestro alojamiento, los monjes nos reciben con una pulsera y una especie de bendición, la habitación aún no está lista y salimos a dar un paseo por este remoto lugar.

A escasos minutos de Sekishoin temple, nos encontramos con uno de los templos más importante de Koyasan, el templo Kongobuji.

Lo cierto es que no somos muy partidarios de acceder a templos, museos y ese tipo de visitas obligadas que existen en cada rincón del mundo, somos otro tipo de viajeros, que preferimos sacrificar esos puntos de interés que visitamos en serie todos los turistas, por vivir otro tipo de experiencias, por mezclarnos con la gente local, por perdernos por las calles mas remotas, por comer en cualquier puesto callejero… no era nuestra primera vez en Asia, ya conocíamos un puñado de templos y nos habíamos dicho que íbamos a intentar reducir al máximo este tipo visitas, pero había algo que nos invitaba a entrar en el templo Kongobuji y lo hicimos.

La entrada cuesta 500 yenes (unos 5 euros aprox) pero el billete combinado de transporte que hemos sacado, incluye una serie de descuentos y la entrada nos cuesta finalmente 400 yenes por persona.

El templo Kongobuji fue el primero que visitamos en Japón y no nos dejó indiferentes, recorrerlo descalzo sintiendo las diferentes texturas del suelo bajo los pies, el olor a madera vieja, contemplar la perfección , el silencio y sentir la paz de los jardines zen, el té verde con su galleta que sirven al final de la visita, para que te sientes sobre la moqueta tranquilamente y reflexiones sobre la paz que puede transmitir la simplicidad y austeridad del lugar, es toda una experiencia y eso es lo que veníamos buscando.

Continuamos el paseo por Koyasan, descubriendo templos, toris, santuarios, altares, tomamos cerveza, comemos sushi, ya no recuerdo en qué orden, aunque sí el sabor de unos rollitos de sushi de verduras, que no he vuelto a probar jamás.

El otoño ya empieza a teñir de ocres el paisaje y son incontables las veces que el entorno llama nuestra atención en la subida al Daimon, la puerta de entrada a Koyasan

Volvemos en autobús al hotel, ahora ya podemos hacer el check in, un monje nos guía por el templo, explicándonos con señas donde se toma la cena y el desayuno, donde están los baños, donde se realiza la oración matutina y nos conduce a nuestra habitación, una habitación tradicional, con vistas al jardín japonés, la mayoría de los ryokan tienen el baño compartido, es la primera vez que nos hospedamos en esta modalidad y nos daba algo de reparo, pero la ocasión lo merecía.

Descansamos un rato en la habitación y luego vamos a disfrutar del onsen del templo, los onsen son baños de agua MUY caliente, típicos en Japón, algo parecido a lo que en occidente llamamos SPA o balneario, la mayoría están segregados por sexos, ya que es obligatorio entrar completamente desnudo.

En otro post explicaré detenidamente cual es el ritual de entrada a un onsen, que como todo en Japón requiere de una cierta disciplina, pero como para mi era el primero y además tenía la suerte de estar sola, no pude ver cual era la mecánica.

La hora de la cena llega pronto, a las 17:30 los monjes sirven su cena vegana a los huéspedes, en un sala donde diez occidentales sentados en posición de loto (los que podían), compartíamos tímidas y cómplices miradas, poco a poco, fuimos descubriendo y saboreando con ayuda de los monjes la forma en que podíamos degustar los manjares con los que nos agasajaban.

Y en el transcurso de la cena, vencida la timidez inicial, fuimos descubriendo que de las 10 personas, 6 éramos españoles y de los susurros y el rehuir de miradas, fuimos pasando al murmullo, las bromas y las risas.

La cena consistía en pequeños platos, algunos debían de mezclarse o comerse en compañía de otros y poco a poco fuimos aprendiendo a saborearlos, combinarlos y apreciarlos.

Después de la cena, con la noche plenamente instalada, aprovechando que el cementerio está muy cerca de nuestro hotel, nos armamos de linterna y chaqueta para recorrer el sendero de 2 kilómetros que atraviesa este místico lugar y que desemboca en un templo perdido cuyo techo está adornado por mil farolillos que culminan un experiencia tan mágica como inquietante.

Hacemos un tramo del paseo con una pareja de catalanes con los que hemos compartido cena, ellos ya están en su final de viaje y nos dan un montón de consejos y recomendaciones.

Existen muchos tours nocturnos guiados, que visitan el cementerio de Koyasan, pero creemos que tiene más encanto descubrir el camino en la soledad de la noche, inquietarse con los ruidos que proceden de la más profunda oscuridad, descubrir las ofrendas y miles de estatuas que bordean el camino y disfrutar del encanto de los cientos de farolillos del templo.

Nos ha parecido un lugar tan mágico que tenemos la intención de visitarlo mañana a plena luz del día.

De vuelta al hotel, ponemos nuestros yucatas y despedimos el día con un baño de agua caliente en el onsen, mañana tendremos que madrugar mucho, porque nos vamos a incorporar a las oraciones matutinas de los monjes y yo personalmente tengo muchísima curiosidad.

¿Queréis conocer como meditan los monjes a primera hora del día? Todos los detalles en el próximo capítulo.