29 de Septiembre de 2019

Amanece en Kusatsu, la habitación lleva incluido el desayuno y a las 8 estamos puntuales para desayunar en ese hotel del terror, donde nos encontramos una cola inmensa de japoneses, esperando para atiborrarse en un desayuno buffet, pero un buffet japonés que no tenía desperdicio.

Hacemos la cola mientras comprobamos que los japoneses empiezan a seleccionar los platos, porque algunos estaban sucios y cogemos sopa miso, arroz y tostadas, el resto de alimentos eran muy desconocidos para nosotros y no sabíamos como tomarlos, no perdimos detalle de todo lo que hacían y comían y la verdad es que fue muy instructivo, porque nunca habíamos visto cosa igual en nuestra estancia en Japón.

Salimos a las 9:15 de la estación de Kusatsu y nos despedimos de uno de los pueblos con más encanto del mundo, nos quedan por delante unas cuantas horas de tren, para llegar a nuestro próximo destino, Takaragawa onsen, tenemos previsto llegar a la estación de Jomo-Kogen a las 12.45, ya que a las 13h una furgoneta del hotel nos recogerá y nos sale la jugada perfecta, puntuales llegamos a Jomo-Kogen y puntual llega también el servicio de recogida del hotel, junto con otros 6 u 8 turistas más, recorremos en furgoneta los 40 minutos que separan Jomo-Kogen de Takaragawa onsen.

Takaragawa onsen es uno de los lugares con más encanto del planeta tierra, uno de los pocos onsens mixtos al aire libre que hay en Japón. Un río, aguas termales y un ryokan eso es todo lo que existe en este remoto lugar, ni supermercados, ni restaurantes ni absolutamente nada, de ahí que la estancia incluya cena y desayuno, no es una estancia económica precisamente, la noche ronda los 200 € como mínimo, pero si visitáis Japón os ruego que disfrutéis de esta experiencia porque es increíble y creo que a día de hoy, es lo que más recuerdo del viaje, podéis ver el hotel pinchando aquí.

El entorno es único, lleno de vegetación, estatuas, esculturas, altares, ofrendas y amuletos sintoístas y budistas, cada rincón cuenta una historia y cada historia guarda un secreto.

Los onsens no se quedan atrás, amplios, solitarios, escondidos entre ríos y vegetaciones, bendecidos por dioses con forma de estatua y custodiados por estatuas con forma de dioses.

Y en todo el día no hacemos otra cosa que cruzar el río de un onsen a otro, aquí descubrí que la cura a todo no siempre es agua salada, como decía Karen Blixen, sentí que la cura a todo es simplemente agua, Takaragawa onsen, ralentiza los latidos y las preocupaciones, detiene el tiempo, te funde con el río, te mezcla con la árboles y el musgo, te integra en la naturaleza, te renueva, te purifica, te permite florecer, volver a conectarte.

Cuando las arrugas de los dedos empiezan a extenderse al resto de partes del cuerpo, volvemos a nuestra habitación de estilo tradicional japonés, para colocarnos los yucatas e ir a disfrutar de una cena tipo buffet espectacular, donde probamos todas las sopas y ramens que había, arroz, fideos, tempuras de pescado y pollo, gyozas y toda clase de postres, además el personal era muy amable y nos explicaba como comer cada cosa y con qué aderezos y salsas combinarlos, a parte del buffet en la mesa teníamos unos entrantes japoneses tradicionales.

Y con el estómago a punto de estallar volvemos a nuestra habitación, de la que han retirado la mesilla del té y los cojines y han extendido los futones para que podamos dormir, pero nos apetece un montón disfrutar del onsen por la noche, así que cogemos un libro y vamos a perdernos en la inmensidad de la oscuridad, el agua y las letras.

De vuelta a la habitación, situada al lado del río, cuyo ruido blanco traspasa las paredes y se cuela en nuestra cama, terminamos una jornada con las pulsaciones lentas y el corazón latiendo suave, cosa que necesitábamos ya y que necesitaremos para perdernos mañana en la loca Tokio,