21 de Enero de 2020

Arrancamos el día en el local Líquido y Sólido Tulum, al que acudimos por recomendación del Hotel, para disfrutar de un desayuno al que no le falta detalle, un local pequeño con un decoración de esas que te recuerdan que estás en el paraíso, suelo de piedras, paredes de troncos y adornos de crochet.

No solo desayunamos café y zumo, también pedimos tostas de aguacate y tortilla de champiñones portobello, pero el hambre y la pinta increíble que tenía todo, no nos dejaron tiempo para fotos.

Y con este buen sabor de boca, nos despedimos de Tulum para continuar nuestro viaje hacía las ruinas de Cobá.

Ruinas de Cobá

Mis preferidas, unas de las ruinas más altas de México, aunque no tan bien conservadas como otras que hemos visitado, una visita obligada en esto del mundo Maya, el encanto de estas ruinas es que puedes ascender por sus 120 escalones, que te elevan a 45 metros sobre el suelo y te ofrecen una panorámica de la selva increíble.

Seguramente sea cuestión de tiempo que esté permitido trepar por ellas, ya no solo por el deterioro que los turistas ocasionamos, sino por el peligro que ello entraña, al no existir ningún tipo de seguridad.

Después de recrearnos con el paisaje y hacernos un hueco entre los centenares de turistas que ansiaban la deseada foto, toca descender arrastrando el culo como si de un tobogán se tratase, para conocer el resto de secretos de estas ruinas.

Paseamos por los campos de pelota, recorremos pasadizos, descubrimos pirámides y esculturas escondidas y cuando creemos que ya nos hemos empapado lo suficiente de la cultura maya, vamos a seguir empapándonos pero esta vez del agua de los cenotes.

Las ruinas de Cobá están rodeadas de cenotes y lagos, en concreto hay 3 cenotes que están muy cerca en coche, así que nos perdemos por un carretera que discurre entre casas, abarrotes, taquerías y campos, hasta toparnos con una garita de seguridad, donde compramos tickets para visitar los dos primeros y continuamos el trayecto por un camino que nos lleva al primer cenote.

Cenote Choo – Ha

Un cenote que brota en un cueva entre estalactitas y estalagmitas, poco profundo, ideal para los que no sepan nadar o para familias con niños, un cenote de aguas inmensamente cristalinas y pequeños peces, en el que nunca estuvimos más de 4 personas.

Cenote Tankach – Ha

A poco menos de un kilómetro del anterior, se sitúa este cenote de aguas profundas y claras, solo apto para intrépidos con trampolines para hacer piruetas desde 5 y 10 metros.

En este cenote también estamos prácticamente solos y disfrutar de estos regalos de la naturaleza en la más estricta intimidad, es un lujo que solo puedes experimentar cuando te empiezas a alejar de las zonas turísticas.

Y cuando los dedos se empiezan a arrugar y el frío empieza a calar más allá de la piel, salimos del cenote para cambiarnos de ropa y emprender nuestro road trip con destino Chiquilá, donde cogeremos un ferry para dormir en la isla de Holbox.

Tenemos por delante dos horas de viaje en coche, por carreteras nada transitadas, llenas de topes y badenes que obligan a ir despacio y con todos los sentidos siempre alerta. Dos horas conduciendo por carreteras comarcales que atraviesan selvas, campos y poblados de casas de barro y paja, la marcha lenta que nos marca la carretera, nos permite colarnos en la vida cotidiana de los lugareños, que cocinan el puchero a fuego lento delante de sus casas, que se mecen en sus hamacas viendo la vida pasar, que transportan fardos de paja a sus espaldas y niños que vuelven del colegio caminando por la carretera con su mochila a cuestas.

Conducíamos por una recta interminable que irrumpía en un océano de palmeras que desdibujaban el horizonte, las interferencias de la radio dejaban intuir a ratos alguna ranchera y estábamos desando encontrar algún sitio donde poder parar a comer, cuando a lo lejos empezamos a divisar algo que parecían ser militares saliendo de entre la selva y formando una barrera en la carretera.

Aminoramos la marcha mientras nos acudían a la cabeza todas esas advertencias que habíamos leído por internet, de que a los turistas nos resultaba casi imposible distinguir al ejército, de las guerrillas de los cárteles de la droga, pero también habíamos leído que fuere quien fuere, lo más importante era guardar la calma, colaborar y responder a todas sus preguntas, porque lo más probable era que fuese un control rutinario y te permitiesen proseguir con normalidad.

Con la mirada puesta en el frente atravesamos un ejército de soldados que en formación caminaban hacia nosotros flanqueando ambos lados de la carretera, una vez los perdimos de vista, respiramos y paramos a repostar en una gasolinera y unos minutos después llegamos a Chiquilá.

Chiquilá

Un pueblo costero desde el que parten los ferrys hacia la isla de Holbox, en el que lo primero que haremos será buscar un parking donde poder dejar el coche, existen infinidad de aparcamientos a ambos lados, del camino de tierra y polvo que desemboca en el embarcadero, después de comprobar que el precio era el mismo en todos, decidimos dejarlo en el más cercano al muelle.

Un aparcamiento privado sin asfaltar, de unas 10 plazas, situado en una casa particular, que nos cuesta 100 pesos al día, lo dejamos pagado para tres días, aunque aún no sabemos cuantos pasaremos en esta isla.

Compramos dos billetes para el ferry que sale a las 4 de tarde, por 200 pesos/persona y mientras esperamos compramos algo para comer en un supermercado, porque por el camino no hemos encontrado nada que nos diese confianza.

Un viaje en ferry con nubes, viento, lluvia y marejada nos lleva a la isla de Holbox.

Holbox

Una de las islas menos explotadas y masificadas de la Riviera Maya que aún mantiene la esencia de lo sencillo, de las calles sin asfaltar, de los caminos de arena, de las casas bajas y de colores, la esencia de los perros callejeros y de lo descuidado.

Pero todo eso lo descubrimos después porque la primera sensación que tuvimos al llegar no fue muy buena, un kilómetro separaba el ferry de nuestro hotel, un kilómetro con la maleta a cuestas, por caminos de arena, pilas de basura, cacas de perro y una sensación de estar en un lugar abandonado, que junto con la lluvia y el aire nos hizo llegar un poco pesimistas, pero esa sensación se iba disipando a medida que nos alejábamos del muelle y caminábamos hacia el centro de la isla.

Tenemos dos noches reservadas en el hotel Frequency, que podéis ver pinchando aquí.

Un hotel de cabañas burbuja, con la ducha al aire libre que aunque no está a pié de playa nos pareció que tenía mucho encanto, la habitación nos costó unos 80 euros la noche.

Después de una ducha, salimos a caminar por la playa, que a pesar del viento y de que el día estaba nublado, me daba la sensación de que era el lugar con más luz que había visitado nunca, la arena blanca y la claridad de las aguas producen en la vista el mismo efecto que una pista de esquí cubierta de nieve, por esto y otras cosas, Holbox es uno de esos pedazos de cielo en la tierra.

Y después de llegar al muelle y hacernos la foto de rigor en el cartel de Holbox, nos perdemos por el centro, tomamos una cerveza en Hot Corner, un bar con música en directo y mucho ambiente, en el que nos sentamos a ver la gente pasar, a ver como los hippies de la isla, occidentales afincados en este rincón del mundo, empiezan a montar sus puestos de pulseras y artesanías, mientras suena «La llorona» de Chavela Vargas.

Seguimos nuestra ruta por el centro de esta minúscula isla, paramos en el bar Viva Zapata, donde probamos por primera vez los golpes de mezcal, la bebida más típica de México, que se toma mordiendo una rodaja de naranja y chupando sal, aún así para mi la bebida era fortísima, así que me decanto por la cerveza pescadores, mi preferida, una cerveza hecha con agua de lluvia.

Como ya vamos agustito, vamos a cenar a los panchos, al que acudimos por recomendación de unos camareros que conocimos en Tulum y resultó ser todo un acierto, donde cenamos pulpo al ajillo y unos camarones con mojo que estaban brutales.

Y seguimos perdiéndonos por el centro de la isla que a medida que pasa la noche, va adquiriendo más encanto, los lugareños salen a tomar el aire, a poner sus puestos de comida y a su clase diaria de zumba en la plaza central.

A penas llevamos una horas en Holbox y ya nos ha atrapado, es una de las islas con más encanto del mundo y llevamos unas cuantas, mañana por fin disfrutaremos de sus playas y esperamos que el tiempo nos acompañe.