20 de Septiembre de 2019
Amanece en Koyasan, la primera noche durmiendo en un futón se hace algo dura y yo no descanso mucho, pero eso importa poco, porque nos uniremos a la meditación de los monjes que empieza a las 7:00 am y tengo muchísimas ganas.
Armados de yucatas, nos adentramos en silencio en la sala de oración, un templo con altares de buda en el que algunos monjes, ya se encuentran inclinados en sus oraciones matutinas. Tomamos asiento en unos banquitos pequeños a modo de espectadores, seremos como unos 6 intrusos en total, colándonos en este ritual, todos despeinados, con cara de sueño y unos yucatas puestos a duras penas.
Empezamos la meditación, los monjes repiten una serie de cánticos a modo de mantras, la vibración de las voces y el olor a incienso te adentran poco a poco en el estado de relajación, nos van invitando a acompañarles uno a uno en la oración, nos dan el texto de los mantras, escrito en un papel y nos van señalando sobre él, el momento en el que estamos, para que podamos seguir los cánticos.
Se nos ha quedado el mantra tan grabado, que hemos aprendido a identificarlo y reconocerlo, en muchísimas ocasiones en las que a posteriori lo hemos escuchado, era un mantra budista muy común. Esta no era la primera vez que visitábamos un templo budista, en Nepal ya habíamos visitado otros, incluido un campo de refugiados tibetanos, podéis descubrir ese día pinchando aquí.
La meditación consta de una segunda parte para los turistas, nos invitan por parejas a sentarnos frente al altar, para repetir un ritual en el que tenemos que coger incienso, colocarlo en la frente, quemarlo y pedir un deseo, es una pena que no se pudiese grabar ni tomar fotos, así que no os lo puedo mostrar.
Y ahora con el karma un poco más limpio y los deseos pedidos, vamos a por el desayuno vegano, consistente al igual que la cena en pequeños platos, sopa miso calentita, té, arroz, tofu…
Antes de recoger las maletas, vamos a dar un paseo por el cementerio, ayer por la noche nos ha parecido tan bonito, que lo queremos redescubrir a plena luz del día.


Ahora con todos los deberes hechos en Koyasan, cogemos las maletas y vamos a la parada de autobús, para llegar al telefércio y volver a coger los incontables trenes, que separan el monte Koya del resto de Japón.
En la parada de Koyasan conocemos a una pareja de españoles que se dirige a Nara al igual que nosotros, así que llegamos a la ciudad donde los ciervos son sagrados en su compañía y descubrimos el parque juntos, hasta que nos separamos a la entrada del templo, al que nosotros decidimos no entrar.




Nara es una visita muy divertida en Japón, los cientos de ciervos que campan a sus anchas, por calles, parques y templos acosando turistas en busca de galletitas, hace que presencies escenas de lo más graciosas.
Hay un montón de puestos que venden galletitas para que des de comer a los ciervos, no os recomiendo comprarlas si no queréis ser devorados por algunos de ellos, puedes arrancar hojas de los árboles y dárselas de comer que les encanta y no se ponen tan pesados como con las galletas, a las que parecen tener una importante adicción.
La siguiente visita en Nara, es el barrio de Naramachi, un antiguo barrio comercial, al que intentamos llegar guiados por los mapas de la web japonismo, cogemos un tren para llegar a él y solo nos encontramos con un barrio residencial, un señor que estaba regando el jardín, sale corriendo detrás de nosotros y nos indica que le sigamos para mostrarnos un cartel colgado en un tablón de anuncios, en el que dice que Naramachi, es un área administrativa y que google maps pone la dirección errónea.
Volvemos en la estación de Nara, para coger el tren que nos lleva a Kioto y nos encontramos con nuestros compañeros españoles, ellos van de vuelta a Osaka y han estado en Naramachi, un barrio que nos indican, que está pegado al parque de Nara y al que no hace falta coger ningún tren para llegar.
Decidimos que ya hemos visto todo en Nara y que no importa que no hayamos visto Naramachi, compramos bolas de arroz, sushi y guarradas varias en el supermercado de la estación y ponemos rumbo a Kioto, no sin antes, recoger las maletas, que hemos dejado en la consigna de la estación. La gran mayoría de estaciones disponen de una especie de taquillas que funcionan con monedas, en las que puedes dejar el equipaje y facilitan un montón el viaje.
Ya en Kioto, vamos en busca de nuestro hotel un Ryokan, bastante cutre que nos cuesta 50 euros la noche y que no recomiendo, podéis verlo pinchando aquí.
Dejamos las maletas y nos perdemos por Kioto, conocemos las calles comerciales de Teramachi, Shinkyogoku y alrededores y cuando empieza a caer la noche, nos acercamos al barrio de geishas de gion, donde tenemos la increíble suerte de ver a algunas, cosa bastante difícil.



Cenamos en un típico sitio de platos de sushi giratorios, en estos restaurantes la cocina suele estar en el medio, los cocineros elaboran el sushi a la vista de todos los comensales y lo van colocando en la plataforma giratoria que rodea la barra, los clientes se sientan alrededor de esa barra y cogen de la plataforma, el plato que les apetezca según va pasando, cuando terminas el camarero cuenta los platos que has consumido, que varían de precio según el color de plato, pagas y listo.
También tienen carta, si te apetece alguno en concreto que ves que no pasa en la plataforma, puedes pedírselo al camarero y te lo harán en un minuto, exclusivamente para ti.



Con el estomago lleno, seguimos perdiéndonos por las calles comerciales de Kioto y reservamos una ceremonia de té para mañana a las 17.30, por unos 50 euros para 2 personas y estáis invitados.
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